domingo, 10 de mayo de 2020

El amor de mi vida


Aún recuerdo la primera vez que la conocí. Vestía de blanco, con pequeñas franjas rojas a los lados y unas letras ponían nombre a su historia. Su tacto era suave, liso, agradable, y su olor a papel dieron a nuestro encuentro un toque especial y único.
Desde el primer instante que la vi, supe que la quería.

Ocurrió en el pequeño salón de mi abuelo, con una televisión encendida y tan olvidada como ella. Apagué el aparato y me acerqué a donde estaba ella. Actué un poco receloso por no saber qué me iba encontrar. Pero ella, a cambio, me contó una historia de pandilleros, peleas y chavales que buscaban su lugar en el mundo. Lo hizo tan bien que vi a cada miembro de esa pandilla de rebeldes, tan bien que no podía dejar de leerla ni de sentir el peligro que habitaba en las calles de su historia, la noche oscura que envolvía a sus personajes y la adrenalina palpitando. Me dejó abstraído, con ganas de volver a emocionarme y de volver a tenerla de nuevo en mis manos. Aquella tarde conocí su nombre, y éste quedó marcado en mi memoria.
Se llamaba Literatura.



Pasaron los años y no tardó en hacerse un hueco en mi vida. Las tardes y las noches volaban a su lado, y durante esos años me hizo reír, tener miedo, me tuvo en suspense hasta la última palabra o me emocionó como a un niño. Fueron historias cortas y largas, historias que se extendían en más libros o que morían enseguida porque eran un poco aburridas. O quizá, demasiado pronto para que me las contara.

Nuestra relación fue creciendo sin que ninguno nos diésemos cuenta. Me enseñó palabras nuevas que podía utilizar y con las que podía expresarme con mayor precisión y claridad. También a pensar mejor y a adquirir un criterio. Ella siguió contándome historias y algunas permanecían en mi memoria o en el rincón más escondido de mi por entonces, desconocida alma de escritor. Poco a poco parecía animarme a que fuera yo el encargado de contarle alguna aventura, algo que le hiciese reír o llorar. Intuía que, de hacerlo, debía ser frase a frase formando párrafos sobre el blanco del papel. Pero estaba indeciso, sin saber por donde empezar. Ella, sin embargo, continuaba emocionándome, aunque esta vez lo hacía diferente, o al menos así lo percibía. Ahora sus historias parecían más cercanas, como si estuviesen ligadas a mi actual manera de sentir, de expresarme, de hablar.
Como si las historias que me estaba contando fuesen en realidad un testigo que pedía ser recogido.



Y así lo hice. Gracias a ella y a Jean Larser empecé a escribir, pero para hacerlo bien necesito seguir a su lado y que me enseñe a narrar y a emocionar a aquellos que me leen.

Estas palabras son suyas, de la literatura, porque sin ella solo sería un chaval cualquiera que de vez en cuando coge algún libro.
Sin ella, no podría convertirme en el escritor que aspiro a ser.

jueves, 23 de abril de 2020

Saber escuchar.



Corren tiempos difíciles. Tiempos de guardar las distancias, los abrazos, los apretones de manos y los besos; de expresar los sentimientos con palabras, miradas o sonrisas sinceras. Pero también, de alguna manera, son tiempos en los que hay que ser agradecidos y empatizar con los demás, dar las gracias al vecino por traernos la compra o entender por primera vez a la mujer que vive en nuestro edificio con su hijo autista y que necesita salir a la calle. Hacemos todo eso, y lo más importante. Escuchar.

Para mí, escuchar es tan necesario como saber qué decir. Escuchar los sentimientos que la otra persona intenta expresar con sus ojos, sus manos, o el tono de su voz. Sentir la alegría de alguien cuando sonríe o gesticula más de lo normal, pero intenta convencernos al mismo tiempo de que no es tan importante eso que nos cuenta, o de agradecernos con la mirada el habernos acordado de ese problema que tuvo cuando preguntamos por él.

Hay veces que el silencio habla. Y en esa ausencia de palabras siempre surge una mirada que sonríe o el calor de una mano sobre otra. Escuchar el silencio junto a alguien también es escuchar al otro. Las personas introvertidas, por ejemplo, hablan poco y escuchan más. Y al hacerlo, piensan más también. No son callados porque sí. Lo son porque muchas veces prefieren escuchar antes que hablar sobre ellos.

Ahora, permitidme un inciso para contaros una pequeña anécdota. Personalmente me considero un tipo al que le encanta hablar, y recuerdo que antes de decidir darle un cambio a mi vida a través de la literatura mi impulsividad me llevaba muchas veces a soltar verborrea tras verborrea y a no dejar espacios muertos en las conversaciones. Como ahora, con esta frase larga y del tirón que acabo de escribir.

Odiaba los silencios que se forman a veces en cualquier conversación hasta que conocí a Jean Larser, la persona que desde hace un par de años me forma como el escritor que siempre quise ser. En la primera clase, me enseñó una lección muy valiosa.

“Si no puedes mejorar el silencio, cállate”.


Hablar con él me ayudó a escuchar más y mejor. Conversaciones en las que me enseñaba sutilezas que dotaron a mi estilo literario de fluidez y claridad, y entre medias tenía que interrumpirse para decir que me callara (aún nos sigue pasando en alguna ocasión). Poco a poco, el acto de leer buena literatura recomendada por él me ayudó a pensar más sobre la vida y a empatizar con personajes grises o llenos de color, e identificarlos en mi día a día. Eso me hizo entender que menos es más y que saber escuchar es más gratificante que hablar por hablar.

Cuando leemos una buena novela empatizamos enseguida con sus personajes, sin importar que hagan el bien o el mal. Nos da igual, porque les entendemos. Hemos escuchado al narrador y les hemos escuchado también a ellos. Escuchar nos hace más humanos y nos cura en humildad.

Escuchar nos hace ser mejores personas.


lunes, 13 de abril de 2020

Parásitos, una metáfora kafkiana llevada a su máximo explendor.

Una de las razones por las que me gusta tanto el cine es por su simbología, cuando la usa, y sus metáforas visuales, pues creo que cuando son descubiertos dotan de mayor profundidad a la película. Casi todas ellas, sean mejores o peores, están llenas de simbologías y metáforas como, por ejemplo, las puertas que hay al fondo de muchos escenarios de la película Whiplash, representando así las oportunidades que tiene el protagonista a lo largo de la historia, o los planos generales y amplios de Taxi Driver en los que aparece Travis sin nadie alrededor para mostrar la soledad que sufre el personaje.


















                   Aquí podemos ver dos de los muchos planos generales que aparecen en la película Taxi Driver.


Estos simbolismos también se emplean en las novelas, como la mano atrofiada de Yarvi, protagonista de Medio Rey, y que solo enseña para acentuar sus decisiones más crueles, o la que todos conocemos: la transformación a escarabajo que sufre el protagonista de La Metamorfosis de Kafka. Precisamente, esta última metáfora es recurrente en la película sobre la que voy a hablar hoy: Párasitos, de Bong Joo Ho.

Parásitos cuenta la historia de una familia pobre y en paro que vive en el semisótano de un pequeño apartamento, subsistiendo gracias a las sobras del edificio de arriba, del que consiguen wifi, luz, y agua suficiente para sobrevivir un día más. Todo cambia cuando Ki-Woo, protagonista de esta historia, recibe una visita de su amigo universitario. Éste le ofrece un trabajo como profesor particular a cargo de la alumna que está llevando porque tiene que mudarse a otra ciudad para continuar con su carrera, la misma que Ki-Woo dejó por falta de dinero. Tras un par de cervezas Ki-Woo acepta el trabajo, y al día siguiente, cuando se presenta en la dirección que le ha facilitado su amigo, se da cuenta de que la alumna es una niña rica. Cuando el protagonista termina su primera clase y se dispone a volver a casa, la señora Yong-Kyo, madre de la alumna, le enseña un dibujo estrafalario de su hijo pequeño, y Ki-Woo, sin pensarlo, recomienda a su hermana como una supuesta profesora de arte abstracto de la que ha oído hablar por ahí. La señora Yong-Kyo apunta el número y llama a la hermana de Ki-Woo para que ayude a potenciar ese talento escondido que tiene su pequeño. Poco a poco, los dos hermanos se acomodarán en sus nuevos trabajos y trazarán un plan para intentar que despidan al chófer y a la asistenta de la familia y que sean sus padres los que ocupen dichos puestos. Hasta aquí la historia adopta un estilo clásico de policías y ladrones, donde los hermanos Kim interpretan sus nuevos roles a la vez que consiguen información valiosa para llevar a cabo su estrategia y seguir recibiendo su suculento sueldo a final de mes. En este punto, la película parece lanzar una crítica a la sociedad pobre que vive aprovechándose de los ricos. Y sí... pero no. En realidad el mensaje tiene otra vuelta.
Los hermanos Woo tendrán serios problemas hasta para disfrutar de un rato de internet.

La trama avanza y descubrimos que no solo son los Kim quienes se aprovechan de la familia Yong, si no que el marido de la antigua asistenta vive escondido en el semisótano de esa casa. Este personaje se comportará como un escarabajo (la escena donde está encorvado y se come un plátano introduciéndoselo lentamente en la boca es sublime) y es uno de los motivos por los que vestirá de negro en todo momento. Aunque, más allá de una simple asociación de color, este hombre nos recordará a un insecto por su expresión excéntrica y su manera de moverse y caminar. Tras una serie de circunstancias en la historia que van subiendo las expectativas y provocando tensión e incomodidad a partes iguales, se destapa otro de los mensajes: mientras la familia Yong no muestra ni un sólo gesto de agradecimiento a sus empleados, la familia Kim tiene remordimientos por no ayudar al marido de la antigua asistenta, que sigue encerrado en el semisótano y que ha olvidado cómo es el mundo exterior.


La película muestra un universo donde los supuestos parásitos son creados por la gente de poder, que a su vez los necesitan para seguir manteniendo su calidad de vida. El aprovechamiento es mutuo, (unos quieren vivir bien, y otros, su dinero), pero el mensaje está lanzado con cuidado para no posicionarse y dejando que seamos nosotros los que valoremos quienes son los buenos y los malos de esta historia. Al mismo tiempo, nos da una advertencia: si la avaricia lleva a la gente acomodada a crear cada vez más pobreza, existe el riesgo de terminar devorados por su propia creación, como un ejército de cucarachas furiosas con hambre de alimento y venganza..

miércoles, 4 de marzo de 2020

El arquetipo del mentor


Me encantan las películas con mentor. Me enamoré de ellas cuando vi Karate Kid de niño, con esos métodos de enseñanza tan estrafalarios que el señor Miyagui aplicaba en su alumno Daniel Kid, y que daban sus frutos en esa escena mítica en la que Miyagui atacaba a Daniel y éste se defendía gracias al movimiento de “dar cera, pulir cera”. Desde entonces he visto un sinfín de películas del estilo “con mentor” (unas más disfrutables que otras) y he enterrado mis prejuicios con la gente mayor y excéntrica, esa que la mayoría tacha de viejos raros.



Sin embargo, no todos los mentores usan métodos agradables y tienen buenas palabras para su alumnos, como Forrester en Descubriendo a Forrester o Chris Gardner en En busca de la felicidad. También existen mentores negativos, como Terence Fletcher en Whiplash o Walter White en Breaking Bad.

Y de esto vengo a hablar hoy.

Aunque ambas historias son muy diferentes entre sí, comparten algo: las dos beben de un mentor negativo. En Whiplash, su joven protagonista Andrew Neiman sueña con ser el mejor batería de todos los tiempos, un sueño que persigue con ambición tras el fracaso literario de su padre. Esto le lleva a Terence Fletcher, un maestro de jazz en el Conservatorio de Música donde Andrew se inscribe, pero con unos métodos instructivos que van más allá de pasar en círculos una esponja empapada de cera sobre un vehículo viejo. Fletcher someterá a su alumno a una disciplina casi militar y no tendrá compasión con sus errores. Fletcher busca la perfección, y si Andrew quiere seguir aprendiendo de él deberá alcanzarla sin excusas.
Terenche Fletcher, imponiendo su método y sus normas a Andrew.

En Breaking Bad, en cambio, Jesse Pinkman no busca ningún tipo de enseñanza, y es Walter White, un profesor de química frustrado, el que pide que le enseñe el negocio de las drogas. Pinkman, al igual que Andrew, ha crecido entre fracasos, pero su motivación consiste simplemente en consumir todos los días y, si puede, ganar algo de dinero extra. Pinkman acepta la propuesta de Walter porque está harto de ser invisible para los demás, y congenian desde el primer instante porque convergen en ese punto. El señor White enseña a Pinkman sus conocimientos, pero también saca lo peor de él y le obliga a implicarse cada vez más en sus sucios negocios. Pinkman gana dinero, mucho más del que antes podía contar en sus manos, pero acaba convirtiéndose en una especie de sicario y encubridor de Mr. White. Al principio era un don nadie. Después pasa a ser la mano derecha del narcotraficante más poderoso del estado.


Hay una parte en ambas historias que también coincide, y es cuando los pupilos convierten su objetivo principal en una obsesión. Andrew hace del jazz su religión particular y aunque Fletcher le sigue tratando mal, el joven se traga el orgullo que le queda y hace de Fletcher una prioridad para él, porque Fletcher es jazz, y el jazz es lo único que mantiene vivas las ilusiones del muchacho. Mientras aprende, está mejorando, está labrándose un camino hacia el éxito que tanto ambiciona. Mientras toca la batería, ya está siendo mejor que su padre.

Walter White, a pesar de llevar al límite a Pinkman en varias ocasiones (y que esté cerca de la muerte en muchas de ellas) también termina siendo la única opción del muchacho. Pinkman ha dejado lo poco que tenía por seguirle, por ser alguien en la vida. Ahora, el señor White es lo único que le queda. Sabe que seguir a su lado no le beneficia, pero también sabe que puede darle una vida mejor que la que tiene.

Walter White convertirá a su pupilo en un ser despiadado que lucha por sobrevivir. 

En cuanto a los mentores, Fletcher, en Whiplash, ama el jazz por encima de todo y al final consigue que su pupilo hable y respire música y que toque la batería mejor aún que Gene Krupa. Pero Walter White solo ansía el poder, por tanto, acaba convirtiendo a Pinkman en alguien peligroso y sin escrúpulos que no tiene nada que perder.

Esto puede llevarnos a muchas conclusiones, pero yo me quedo con esta: los pupilos acaban siendo el vivo reflejo de sus mentores. En este tipo de historias tanto mentor como alumno consiguen sus objetivos, pero el alumno es el único en cambiar su “Status Quo”, pasando de ser un personaje optimista y soñador a alguien que a base de exigencia, esfuerzo y dolor adquiere una serie de habilidades, pero acaba convertido en un ser solitario y con un visión oscura hacia el mundo.

¿Y a ti, te gustan las películas de mentor? ¿Recuerdas alguna buena que quieras compartir?

Cuéntamelo en los comentarios o en mis redes sociales. Me encantará leerte .

miércoles, 19 de febrero de 2020

Mis mejores lecturas de 2019


El mes pasado despedimos el año 2019, y para mí ha sido bueno en cuanto a mi labor de escritor porque he podido centrarme más en mi novela. De hecho, #MNEEE, la historia que estoy escribiendo con ayuda de Jean Larser, está casi terminada.

En cuanto a lecturas también me ha cundido y he pensado en dejaros mi Top10 de libros leídos este año. Si aparece algún título que no conozcáis os recomiendo que os hagáis con él cuanto antes.

Comencemos:

umberto eco10.- Confesiones de un joven novelista. En este ensayo, Umberto Eco nos muestra una mirada personal e íntima hacia la literatura y habla de algunos de los métodos que utilizó para escribir sus primeras novelas, entre ellas, “El nombre de la Rosa”. Todo narrado con un estilo característico, lleno de humor e ingenio.



9.-A quemarropa. ¿Conocéis el título de una película llamada “Un diamante al rojo vivo”, con Robert Redford como protagonista? Está basada en una novela de humor negro con el mismo título, escrita por el genial Donald Westlake. Os digo esto porque “A quemarropa”, una novela oscura protagonizada por un tipo sanguinario y sin escrúpulos, es del mismo autor, pero esta vez firmada bajo el pseudónimo de Richard Stark. A pesar de la poca humanidad que muestra su protagonista, un ladrón llamado Parker, Donald Westlake nos llevará de la mano desde la primera escena hipnótica y visual del paseo de este personaje por Nueva York, hasta un final abierto que cumplirá todas nuestras expectativas.




8.-Un lugar salvaje. Robert B. Parker como autor. El detective Spenser, como protagonista en otro caso peliagudo que resolver. Un lugar salvaje es una historia ambientada en el mundo oscuro de Hollywood de finales de los setenta. Es ágil, profunda, y mezcla muy bien los momentos de tensión con los golpes de humor del detective. 
Todo un lujo para los lectores amantes de la sencillez bien escrita y de la novela negra.






7.-El libro de las cuatro estaciones. No siempre dispongo del tiempo que me gustaría, y en esas ocasiones me decanto más por los relatos cortos que por las novelas. Había empezado este libro de Stephen King hace algunos años, y la dejé por razones que aún no consigo entender. De aquí salieron las películas “Cadena Perpetua” y “Cuenta conmigo”, todas bastante fieles al relato original y galardonadas con varios premios importantes. Y no me extraña.






6.-Últimas tardes con Teresa. Conocía el nombre de Juan Marsé pero nunca había leído sus novelas. ÚItimas tardes con Teresa es un clásico de la literatura española, la historia de Manolo, más conocido como el Pijoaparte, un héroe de barrio que buscará su verdadero “yo” a lo largo de la historia junto a Teresa, su romance de verano, y que en muchas ocasiones la historia hará que nos preguntemos, igual que sus protagonistas, cuál es el verdadero sentido de la vida. 
Si queréis una buena historia y os apetece disfrutar de un estilo lleno de musicalidad en las palabras y de lírica en sus frases, pero a la vez bien equilibrado con una lectura sencilla y fluida, no dudéis en leerla. Os encantará.




5.-De qué hablamos cuando hablamos de amor. Si leo el nombre de Raymond Carver en la portada compro el libro. En esta colección de relatos encontraremos historias de perdedores que buscan un pequeño triunfo en sus vidas. Alcohol, vidas rotas, pesimismo expresado en cada palabra y una magia extraña pero disfrutable convertirán las páginas de este libro en escenarios caóticos y morbosos de los que no podemos apartar la mirada. “Tanta agua tan cerca de casa” y “Dile a las mujeres que nos vamos” son mis cuentos favoritos.






4.-Cosecha Roja. Da igual los años que pasen, las historias que salgan al mercado o los críticos que se empeñen en hacer de su gusto personal una verdad absoluta. Dashiell Hammett, autor de esta novela, será por siempre el padre del género negro y sólo necesitarás leer este título para pensar lo mismo. Esta es otra historia del detective sin nombre miembro de la agencia Continental y su llegada a Personville, más conocida por sus habitantes como “Poisonville”.
Ya hice una reseña de esta novela que podéis encontrar aquí. 






3.-Buenos Presagios. Una obra maestra de dos dioses de la literatura: Terry Pratchett como autor y Neil Gaiman como alumno. Y como Dioses que son, hablan del apocalípsis.
Buenos Presagios cuenta la asociación entre un ángel y un demonio que viven en la Tierra y que unen fuerzas para evitar su fin, ya que los dos le han cogido el gusto a vivir entre mortales. Hace poco estrenaron la serie en Amazon Prime y su guión es fiel a la novela, gracias a la intervención de Neil Gaiman durante el rodaje. Si os gusta el humor negro y las historias profundas, no dudéis en leerla.






2.-Zephyr, Alabama. (solo he encontrado enlaces del libro en inglés). Fue Jean Larser quien me descubrió a Robert McCamonn, autor de esta historia, y con Zephyr Alabama me llevé una gran sorpresa, quizá por eso quedó grabada en mi alma de lector. Sea como fuere, se ha convertido en una de mis favoritas. Narrada desde una primera persona que va cambiando a medida que su protagonista, Cory Mckenson, crece, Zehpyr Alabama hará que veamos la magia en los rincones más tristes y vacíos, y cómo una ciudad sin demasiados lujos puede convertirse en un lugar especial y mágico si lo miras con los ojos de tu niño interior.



Y para terminar, y como mejor lectura de este pasado 2019...


1.- Carta a una desconocida, de Stefan Zweig. Sin duda mi mayor descubrimiento de este año. Una novela corta pero disfrutable que habla del amor y de la importancia que tiene el tiempo en nuestras vidas. Todo gracias a la carta que recibirá un escritor anónimo en su buzón una tarde cualquiera, y que servirá como detonante de la historia. Éste, sentado en su sillón, la leerá de principio a fin, sin pausa, convirtiéndonos en ese escritor que tiene en sus manos la declaración de amor de una mujer que se está muriendo. La historia es sencilla y mágica y cuenta sólo con dos personajes, un estilo original y unas emociones tan intensas que a mí, personalmente, me emocionaron.
Sin duda, una demostración de cómo las palabras pueden acariciar las almas de las personas y calar entre ellas.


¿Conoces algunos títulos? ¿Cuál sería tu Top10 del año?

Házmelo saber en los comentarios o en mis redes sociales, y lo más importante: no dejéis de leer.