miércoles, 11 de abril de 2018

Sir Terry Pratchett.



Sólo creo en un Dios y es en Terry Pratchett, un ser que se relacionaba con los mortales escribiendo auténticas obras de arte, y digo esto porque las escribía saltándose las normas de la literatura y llamo a Pratchett Dios por conseguir ambas cosas.
Conocí a este escritor hace un par de años como a todos los buenos escritores que conozco: gracias a la mano de Jean Larser. Él es quien hace de guía en mi proyecto y a la vez me recomienda a autores exquisitos que paladeo con gusto y que dejo que influyan en mi escritura. Ya lo decía Stephen King: “cuanto más leas, menos riesgo correrás de hacer el ridículo frente al teclado o el papel”. Esto es cierto siempre y cuando sepas escoger, claro.
De todas las virtudes de Pratchett me quedo con su capacidad inagotable de hacerme reír y de sorprenderme con su manejo del narrador, el cual utiliza con brillantez para hacerme sentir con las palabras y con la historia. Su saga del Mundodisco es mundialmente conocida y no me extraña, porque sus páginas son pergaminos empapados de oro negro. No exagero: su obra es la única biblia que acepto en mi religión. 


Sus historias, para quien no las conozca, están ambientadas en Ank-Morphork, un reino fantástico que al autor le sirve como excusa (muy bien traída) para caricaturizar nuestro mundo. Da la sensación de que Ank-Morphork es un conjunto de lugares diferentes entre sí, pues las historias se caracterizan de distinta forma y esto lo consiguen sus personajes estrambóticos, desternillantes y sobre todo, profundos. El humor negro irrumpe constantemente en su obra como una lluvia fría en un día de calor, y cada párrafo cuenta con una realidad que hace que sus historias se tomen en serio a sí mismas. Mensajes escondidos en los diálogos y en las propias decisiones de los personajes harán que nos identifiquemos con ellos, y nos obligarán a reflexionar sobre la vida y las decisiones que tomamos en ella. Leer a Practhett hará que te identifiques, la mayoría de las veces, con tu día a día.

Las historias de la Guardia de la Noche son mis favoritas.
Sus personajes son disparatados y al mismo tiempo entrañables y adictivos, con unos conflictos internos más que interesantes (cosa por la cual sus historias son tan buenas). Entre ellos podemos encontrar a Edward de Muerte, un psicópata de manual que habla con cualquier cosa inanimada; a Tiffany Dolorido, una aprendiz de bruja que todavía no controla bien su magia; a William de Worde, un periodista que trabaja con un equipo de enanos que confunden las palabras; y sin duda, mis favoritos: la Guardia de la Noche capitaneada por Zanahoria, un humano que cree ser enano. Los Feegles, a los que guardo un cariño especial, y el queso Horacio, que a pesar su poco protagonismo ha ganado un hueco en mi corazón.
Para que os hagáis una idea aquellos que no lo habéis leído todavía (y espero que seáis muy pocos) os dejo un extracto de su obra Brujerías. En él, queda reflejado el tono y la calidad literaria que emplea en todas sus novelas. 

"El viento aullaba. El relámpago apuñalaba la tierra erráticamente, como un asesino inexperto. El trueno retumbaba sobre las oscuras colinas azotadas por la lluvia.
La noche era tan negra como las entrañas de un gato. De verdad, era de esas noches en que los dioses mueven a los hombres como si fueran peones, en el tablero de ajedrez del destino. En medio de la tormenta, una hoguera brillaba entre los arbustos empapados, como la locura en los ojos de una comadreja. Iluminaba a tres figuras encorvadas. El caldero burbujeaba.
—¿Cuándo volveremos a reunimos? —preguntó una voz seca, sobrecogedora.
Hubo una pausa.
Por fin, otra voz respondió, en tono mucho más normal:
—Bueno, a mí me va bien el martes que viene."


Sir Terry Practhet. Dios y Señor de obras maestras.