miércoles, 6 de noviembre de 2019

De qué hablo cuando hablo de amor


Hay un tema que siempre ha llamado mi atención, aparte de la literatura. Un sentimiento conocido por todos que cambia la vida o la destruye y se convierte en razón para hacer lo que antes no haríamos. Una emoción intensa que puede iluminar a un pesimista o apagar al más risueño. Me refiero al amor, sus causas y sus consecuencias.

Seguramente hay varios tipos de amor, como varias son las formas de desearlo. Existe el amor infiel, en el que tres participan pero dos lo mantienen en secreto, y que a veces se acaba con la misma rapidez con la que empieza o bien dura lo suficiente hasta que rompe uno de esos corazones. 




También está el amor extraño, desconocido, que surge entre miradas fugaces de dos personas que comparten algo más que el género. Un amor consumado a través de conversaciones que precipitan las horas, las dudas, los miedos y las cuestiones de identidad, lleno de gestos discretos e invisibles para el mundo pero que quedan marcados en la piel de quien las vive. Relaciones incomprendidas para aquellos que no quieren entender. O el introvertido, que se vive como un sueño y se siente cercano y lejos, tan lejos que nunca será declarado. Un amor que se manifiesta en el suspiro que aparece tras un cruce de miradas, en un saludo cordial que de dos sonrisas solo mantiene una, o en un leve contacto que el enamorado prolonga unos segundos más. Dicen que los errores enseñan y yo tuve que cometer el más grande de mi vida para entender el verdadero amor, el sencillo y buen amor, según aquellos que han conocido la felicidad de darlo y tenerlo. Y a mí, que aparte de mirar historias me gusta mirar la vida, me parece que este amor no es el que vemos en las películas. Creo que el amor verdadero es simple, sin ataduras ni obsesiones, sin reglas ni condiciones. He visto cómo este amor transforma, pues las personas que lo sienten se hacen expertas en la felicidad del otro. De repente, la felicidad del otro es prioritaria y la consiguen sin pensarlo apenas. Creo que el verdadero amor no entiende de nudos en el pecho ni cosquilleos en el estómago. Fluye de manera natural, correspondida y certera, y la locura se vuelve cuerda en cada plan hecho por los dos. Es liberador, fresco y pasional al mismo tiempo. Sin necesidad de exponerlo a los demás ni celebrarlo un catorce de febrero. Se disfruta entre cómodos silencios y conversaciones que divagan por varias ideas sin concretar ninguna. Se vive sin complejos, ni fotos ni capturas de pantalla. Me he dado cuenta de que cuando amas de verdad el miedo desaparece y es un espejismo que se disuelve poco a poco, porque dos forman uno, y las fuerzas se suman para que ambos mundos se muevan en la misma dirección. Me atrevería a escribir que éste es el único amor. El que llena. El que todos deberíamos vivir. El amor que nos hace afortunados y que solo aparece cuando las dos partes lo sienten de verdad. Cuando se convierte en cosa de dos.


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miércoles, 23 de octubre de 2019

Atypical, y su concepto de amor verdadero.





“Zahid tenía razón. Sabes que estás enamorado cuando la otra persona cumple una serie de reglas universales, y otras veces lo sabes sin más. Paige cumplió esas reglas, por eso le dije que la quería, pero… Con Julia no necesité reglas, ni test, ni nada. Con Julia, simplemente lo supe.” 


Esta es una de las muchas reflexiones que hace Sam Gardner a lo largo de la serie que hoy os traigo al blog. Me siento identificado con sus palabras, pero otro día os contaré por qué. Hoy, vengo a hablaros de “Atypical”, una serie que me ha encantado y que podéis encontrar en Netflix. 

El tema principal de esta serie es el autismo en adolescentes, pero detrás de él se esconden temas más profundos como la independencia emocional de los hijos, los hermanos fuertes que sobreprotegen demasiado al débil o, como en muchas otras series del género juvenil, el amor verdadero, que basa su idea en mostrarnos que este amor no consiste en cambiar a la persona que amas, si no a la capacidad de adaptarte a ella y que ella se adapte a ti.

El guión está escrito bajo la técnica de causa y efecto que se repite una y otra vez a lo largo de las escenas y capítulos, sin dar siquiera un pequeño respiro en la vida de nuestros protagonistas. Por eso puede que por momentos “Atypical” parezca que va demasiado rápido, pero es una manera de evitar puntos muertos, de enganchar al espectador y de entender el ritmo al que gira la vida de sus personajes.


Sam y Paige tendrán una relación muy complicada.

Personalmente, como escritor, me ha sorprendido este método constante de “causa y efecto”. Son muchas las series que lo utilizan, pero en la mayoría el efecto tras la causa es demasiado pequeño y se resuelve en el mismo capítulo, sirviendo en muchas ocasiones de preparación para un conflicto mayor, o simplemente funcionando como relleno. No es lo que sucede en “Atypical”, donde cada acción de los personajes traerá repercusiones en su vida o en la de los demás. Igual que la vida misma.

Por ejemplo, Elsa, la madre de Sam, piensa que es fundamental en la vida de su hijo, pero nuestro protagonista ya tiene dieciocho años y en una sesión con Julia, su psicóloga, Sam le dice que empieza a darse cuenta de que por su autismo se perderá muchas cosas, como investigar pingüinos en la antártida o tener novia algún día. Entonces Julia le aconseja que empiece por lo más sencillo: conocer gente, chicas, y por qué no, echarse una novia. Estas palabras provocarán el primer cambio en la vida de Sam y los suyos, pero también en la de Julia. Un big-bang que destruirá todo el universo que los personajes han construído a su alrededor. La famosa zona de confort. A partir de este cambio surgirán otros, todos conectados entre sí, como una interminable hilera de fichas de dominó que van tumbándose unas a otras por el leve toque de un dedo.

Los guionistas de Atypical saben lo que están contando, pero renuncian a provocar la lágrima fácil en el espectador con situaciones exageradamente dramáticas y crueles. Basan su argumento en la magia de lo sencillo, en las situaciones cotidianas y en los problemas del día a día que todos hemos sufrido alguna vez o que hemos vivido de cerca, empatizando así con los errores y aciertos de los personajes y conectando con la serie desde el primer momento. En muchas ocasiones, una pregunta nos rondará la mente: ¿Hasta cuándo hay que seguir las normas y para qué sirven en realidad?



Si os gustan las historias profundas de adolescentes que son tomados en serio por sus guionistas, no os lo penséis y dadle la oportunidad que merece.

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jueves, 17 de octubre de 2019

Cosecha roja



A mediados del siglo XIX nació un nuevo tema en la literatura, que mucho más tarde, después de Poe y sus crímenes de la calle Morgue, se convirtió en el género que hoy conocemos como  "novela policíaca". Destacaron autores como Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle, que creó al mítico Sherlock Holmes, el maestro de la deducción. La trama de estas novelas estaba cargada de sospechosos, interrogaciones y pistas que iban conduciendo la historia a su desenlace, y casi todos sus crímenes afectaban a la gente de la alta sociedad, con el detective cerrando la mayoría de sus casos en escenarios amplios y lujosos. Apenas había tiroteos, escenas de acción o muertes explícitas. Lo único que captaba la atención del lector era descubrir al asesino en la última escena y ver a su protagonista favorito haciendo alarde, página tras página, de su inteligencia sobrehumana.

Uno de los primeros ejemplares de la obra de Poe, traducida por Julio Cortázar.


Por suerte el género evolucionó a historias más complejas que hacían honor al nombre de "novela negra". Fue entre los años 1920 y 1930 cuando apareció un subgénero llamado hard boiled que contaba historias cuyo crimen a resolver seguía siendo el nudo principal del argumento, pero con un matiz más oscuro. Sus protagonistas también se desempeñaban en el papel de detectives o policías, pero eran más realistas y verosímiles y al final no siempre ganaban. Eran supervivientes en un mundo oscuro, lleno de muerte, corrupción y sexo, que nos hacía empatizar con ellos y darles la razón en sus reflexiones más pesimistas.

Fue una revista de género "pulp" llamada Black Mask, la que empezó a publicar estas historias y donde se dieron a conocer autores como Spillane, Horace McCoy, Earl Stanley Gardner y el hombre cuya novela hace mención a esta entrada: el gran Dashiell Hammett.

Número de la extinta revista Black Mask.


Cosecha roja nos sitúa en la ciudad de Personville, o como la llaman sus personajes, "Poisonville", un lugar donde la bondad de sus vecinos hace tiempo que fue asesinada. El protagonista nunca revelará su verdadero nombre, y sólo sabremos que es miembro de una agencia de detectives (sospechosamente parecida a la misma en la que trabajó el propio Hammet, la agencia Pinkerton) llamada Agencia Continental. Este misterioso detective es contratado por Elihu Wilson, un accionista e hijo del alcalde de la ciudad, Donald Wilson, que consiguió su poder electoral a base de matones a los que pagó para que extorsionaran a sus rivales políticos y a sus votantes. Nuestro hosco protagonista llegará a la casa de su cliente y tendrá una breve entrevista con su mujer, que desconoce la razón de por qué ha sido contratado. De repente, alguien la llamará por teléfono y tendrá que salir de casa, dejando a nuestro héroe con la palabra en la boca. Unas líneas después, descubriremos que Elihu Wilson ha sido asesinado.
Dashiell Hammett muestra de maravilla el pesimismo que se respira en cada rincón de la ciudad y también de la época, en plena Depresión. Sus escenarios están llenos de gángsters, policías corruptos, tiroteos y testigos que ofrecen su ayuda pero que a la vez tienen algo que esconder. Personalmente me he encariñado con estos personajes, ya que sin ellos la trama no avanzaría. Además, muestran un reflejo sincero pero duro de la sociedad actual, en la que solo ayudamos si recibimos algo a cambio y donde todos guardamos un lado oscuro que ocultamos al mundo.

Cosecha roja ha seguido publicando ejemplares hasta el día de hoy, cambiando la imagen de su portada con el paso de los años.



Otro de mis personajes favoritos es Dinnah, la mujer fatal de esta novela y cuyos encantos la llevan a conseguir cualquier cosa de los hombres que conoce. Su habilidad para seducir, engatusar, y obtener lo que quiere le ayudan a sobrevivir en una ciudad donde la muerte acecha en cada esquina, convirtiéndola en la principal sospechosa de cada paso que da nuestro héroe hacia su objetivo. Una mujer sin escrúpulos, que sube las expectativas de la historia con bastante frecuencia y que ha sabido adaptarse al mundo en el que vive sin adoptar un papel victimista.

Cosecha roja muestra la corrupción en su máximo esplendor, sin tapujos, y de la mano del poder y la avaricia. Una corrupción que entra en disputa con la justicia del protagonista, que quiere limpiar la ciudad, pero se da cuenta que para acabar con el mal tiene que ser tan malvado como ellos. Es un mundo donde todos guardan secretos, donde la esperanza no existe y la única manera de seguir con vida es estar callado y obedecer a la gente de poder. En esta obra, Hammett muestra los dos lados de la moralidad pero a la vez lanza un mensaje de que en el fondo es una línea muy fina la que separa el bien del mal. Para eso utiliza la corrupción como tema principal: la que nace de grupos poderosos cuya avaricia les impulsa a querer más y que aprovechan su poder para conseguir absoluta inmunidad ante la ley, y la que aparece en el propio universo, machado de sangre y dinero sucio, que acaba corrompiendo a cualquiera. Nuestro protagonista, por ejemplo, no parece sentir remordimientos al actuar con las mismas artes oscuras que sus enemigos, y al final todos acaban ignorando la ley y aplicando la suya propia, con la única diferencia de buscar objetivos contrapuestos; pero a ninguno de los dos bandos les preocupa matar, engañar o comprar el silencio de quien sabe demasiado.

Foto de Dashiell Hammett, creador del agente de la Continental.


La novela está narrada desde la sencillez (que no simpleza) de Dashiell Hammett, priorizando así la historia y la fluidez de la lectura para que su embrujo nos transporte a Personville, pero al mismo tiempo, guardando en muchas de sus frases una musicalidad especial que hará que resuenen en vuestro inconsciente.

Una obra disfrutable del maestro y padre del género policíaco que conocemos hoy en día.