lunes, 23 de octubre de 2017

SOMOS HÉROES DE NUESTRA PROPIA HISTORIA

Eduardo Galeano dice que la vida no está hecha de átomos, ni de energía, ni siquiera de personas. Dice que la vida está hecha de historias y es totalmente cierto. La vida es una historia que se escribe mientras la vivimos. Las personas nos convertimos en personajes con un objetivo definido que vamos descubriendo mientras avanza nuestra trama, esa que se cuenta en primera persona. Somos los protagonistas de nuestra vida. Los héroes.

Como en las historias, tenemos conflictos internos, motivaciones y aprendizajes que nos llevan a crecer y a superar esos miedos... Vivimos momentos que marcan nuestra personalidad o conocemos a otros personajes que nos dejan huella.




Si la vida es como la de nuestros personajes escritos o leídos hace que me pregunte quién la escribe. ¿Será ese ser omnipresente el que, con pluma en mano, se dedica a ponernos en los escenarios justos, a actuar tal y como él quiere? De ser así, ¿las cosas que vivimos y las personas que conocemos las elige él? De ser así, tendría que tener a un equipo de escritores infinito para que cada persona en la Tierra pueda vivir su historia. Una historia que dura mientras el escritor tenga tinta en las venas o simplemente quiera poner el punto y final. Imagino que las musas que algunos creemos tener son también las musas de esos escritores del destino.


Yo, sin embargo, tengo otra teoría. Creo que tales escritores existen, sí, pero no tienen absoluto control sobre nosotros. Quiero decir: nos crean, nos dan vida, y eligen muchos de los momentos que vivimos como puntos importantes de nuestra trama, pero nosotros decidimos al final. Ellos favorecen que conozcamos a ciertas personas y nosotros disponemos del libre albedrío para saber si merecen la pena. Nos ponen los obstáculos y nos putean como a cualquier héroe de novela, y nosotros decidimos cuánto aguantar. Nos ponen en cruces de dos caminos, o tres, o cuatro, y nosotros elegimos cual seguir. Tal vez sean los llamados escritores de brújula, los que saben a donde van pero no cómo ir hasta allí, los que planean lo básico y dan vía libre a sus personajes.

He de reconocer que estoy contento con el escritor que me ha tocado. Es un escritor que quiere que yo, como héroe de mi historia, sea testarudo, y para mostrarlo me pone obstáculos. Y me hace sentir miedo con tanta facilidad que ya lo tomo por costumbre. Alguien con miedo sólo puede lanzarse a la aventura por inconsciencia, así que también me hizo incauto. De modo que cruzo el umbral cuando veo la puerta abierta y después me pregunto si he hecho bien. Sea cual sea la respuesta no me queda otra opción que seguir.


Mi escritor me ha puesto en la vida personas de todo tipo. Personas tóxicas y manipuladoras, pero también gente de verdad. Aliados en la aventura y en la consecución del objetivo. Mis amigos del pueblo, mi hermano, mi familia… Jean. Ella. Y con ellos termino esta reflexión, porque el primero es el mentor que todo héroe tiene en sus aventuras para crecer interiormente y para aprender el camino correcto hacia su objetivo, que en mi caso no es otro que escribir. El mentor que descubre al personaje todo lo que guarda para que la estirpe de “La Gente que Sabe Hacer Algo Muy Bien” no se extinga. Y Ella, la compañera perfecta, la Sancho Panza de mi aventura, ese personaje que acompaña al héroe hasta la batalla final y que es parte imprescindible de sus triunfos. Que incita al héroe a cabalgar, a obligarlo a cruzar el infierno si al otro lado está la meta y a quemarse con él. A no irse de su lado por mucho que los peligros vayan creciendo a cada paso hasta convertirse en gigantes, porque este personaje es más inconsciente que el héroe y le hace creer que si están juntos, podrán con todos. Ella, el personaje que ama más la aventura que el oro.


A ellos dos, sobre todo. Y a todos. Gracias por formar parte de mi historia.


Dejemos que el autor nos siga sorprendiendo.